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Mayo 18, 2010
Mayo 2010, No. 254

Mis sexenios (26)

José Guadalupe Robledo Guerrero.


Más del final del sexenio delasfuentista

Con la muerte de doña Elsa Hernández, esposa de JFR, mis relaciones cambiaron con el gobernador. Habíamos hecho una relación institucional, pero el gobernador quería convertirla en una relación de “trabajo”. Por eso antes de su Cuarto Informe de Gobierno me invitó a platicar. En aquella charla exaltó mi objetividad periodística “en los momentos que más lo requerían las instituciones coahuilenses”. Argumentó que su administración tenía una deuda conmigo, y por tal razón quería que platicara con Ramón Garza de la Rosa, que había sido el asesor principal de Villegas Rico en la UAC, y que en ese momento estaba integrado a su gobierno con el proyecto de elaborar un Diccionario Biográfico de los coahuilenses destacados. JFR quería que me involucrara en esa comisión, “para que darle un sueldo decoroso en pago a sus invaluables servicios”. Le agradecí sus conceptos y me negué a aceptar su propuesta. Meses antes, había rechazado un regalo en efectivo que me había enviado con Edilberto Leza López, pues no estaba dispuesto a entrarle al reparto del botín, y a cuenta de eso me callaran.

José de las Fuentes sostenía en ese momento un idilio con Armando Castilla Sánchez y con todos los que intentaron derribarlo de la gubernatura. Mientras tanto el desarraigado Mendoza Berrueto seguía reuniendo las interesadas simpatías de la cargada. Eran días de reagruparse y recomponer las relaciones de los grupos políticos y económicos del estado, y desde luego eran tiempos de saqueo, negocios a la sombra del poder, tráfico de influencias, y enriquecimientos explicables. Estaba próximo a reabrirse el Centro Cultural Vanguardia con recursos del erario público.

El 25 de febrero de 1986 moría uno de los hombres buenos que conocí por aquella época: don Humberto Hinojosa Domínguez con quien tuve charlas sustanciales. Un año después, el 26 de junio de 1987, moriría otro de sus iguales: don Enrique Martínez y Martínez, con quien comía los viernes en un pequeño reservado que tenía el restaurante El Camionero de la señora Nohemí, allá por el bulevar Los Fundadores donde se servía el mejor puchero de Saltillo. Las pláticas con don Enrique me enseñaron mucho.

En el primer semestre de 1986 se anunciaba, con un reajuste de personal del 70 por ciento, el cierre de Zincamex, como resultado de la gran corrupción que instauró en esa empresa “El peladito” Jorge Leipen Garay, a quien Flores Tapia ponderaba como un genio empresarial. Zincamex no resistió el saqueo del grupo de Leipen: Franz Zabroki y Mario Valdés Carreón. En cierta ocasión Flores Tapia y yo encontramos en un restaurante a Leipen, quien se desvivió en halagos para el ex gobernador. Me lo presentó, pero yo lo conocía demasiado bien y no pude evitar ser descortés. Luego que abandonó la mesa, OFT quiso reclamar mi falta de diplomacia, y le dije: “ahora estoy seguro que los gobernadores ignoran quienes son los que los rodean, pues confunden los halagos cortesanos con la capacidad. Y calló, olvidándose del asunto.

Como producto de la cargada hacia Mendoza Berrueto, en mayo de ese año, Jorge Masso Masso, “El renegado priista” como le apodó Luis Horacio Salinas, renunciaba a la dirección estatal del PARM (Partido Auténtico de la Rvolución Mexicana) partido palero del PRI, en el que se había refugiado para enfrentar a JFR y tratar de conseguir la Alcaldía de Saltillo. Finalmente, Jorge Masso había conseguido por el PARM una diputación federal, convirtiéndose en uno de los cuatro legisladores saltillenses, los otros tres eran: Eliseo Mendoza Berrueto (PRI), Magdalena García Rosas (PST) y Héctor Morquecho Rivera (PPS).

Por ese entonces, el PST recibió del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia (a) “La Quina”, 30 mil gallinas ponedoras, mismas que nadie sabe a dónde quedaron. En ese tiempo, “La Quina” traía pleito contra el director de Pemex, Mario Ramón Beteta, a quien publicamente acusó de corrupción, de tener abandonada la industria petroquímica y de descuidar el mantenimiento de las instalaciones petroleras.

Pese a las claras evidencias de que Mendoza Berrueto sería el próximo gobernador, en Coahuila se comenzó a mencionar el nombre del Secretario de Gobierno, Enrique Martínez y Martínez, como la carta local para la gubernatura. Esto le acarreó la intriga palaciega y el golpeteo periodístico ordenado y pagado por Rodrigo Sarmiento Valtier, quien había encontrado una mina de diamantes haciendole creer al tesorero estatal Humberto Acosta Orozco, que tenía posibilidades de convertirse en el sucesor de José de las Fuentes. Pese al intrigoso funcionario, desde entonces, Enrique Martínez se convirtió en el precandidato natural al gobierno de Coahuila, y espero hasta que consiguió su aspiración, dos sexenios después.

En ese mismo mayo, en Criterios publicamos las desavenencias políticas entre el Oficial Mayor de la UAC, Xicoténcatl Riojas Guajardo, (considerado el poder tras el trono de “El Gato” Ortíz Cárdenas), y Jesús Sotomayor Garza, Coordinador de la Unidad Torreón. Según Sotomayor, el enemigo a vencer era Xicoténcatl por su pertenencia al grupo de Luis Horacio Salinas, a quien señalaban como enemigo de los Berrueto, y el Coordinador lagunero se la estaba jugando con Mendoza Berrueto. Sabíamos que nuestra exclusiva molestaría al grupo luishoracista, pero la publicamos como antecedente de un pleito que se avecinaba entre los grupos políticos de la “Máxima Casa de Estudios de Coahuila”, que seguían peleando por el botín.

Otro pleito en Coahuila era el protagonizado por Gaspar Valdez Valdez en contra del líder estatal de la CTM, José Dimas Galindo, a quien le vino a dar posesión de su cargo el mismo Fidel Velázquez. Para entonces, Arturo Berrueto González, Roberto Orozco Melo y Juan Pablo Rodríguez Galindo se habían convertido en el trío “Los amigos de Cheo” Mientras esto sucedía, a mediados de 1986 renunciaría a la Secretaría de Hacienda, Jesús Silva Herzog, que no era más que una lucha por el botín nacional al más alto nivel.

Durante el sexenio de José de las Fuentes hubo una serie de asesinatos que nunca antes se habían visto en Saltillo: los ajusticiados supuestamente por el crimen organizado, entre los que destaca el homicidio del ex director de la Policía Judicial en el gobierno de Flores Tapia, Mario Guerra Flores. Estos homicidios nunca se aclararon ni se les dio difusión. Como corolario de estos crímenes, a mediados de 1986 se descubrió en una cueva de Múzquiz, Coahuila, lo que se consideró el laboratorio más grande de América Latina para la producción de cocaína y heroína. Por eso, lo que ahora pasa en todo el país, no es nuevo para Coahuila. Desde entonces quedó claro que nuestro estado ya no era sólo un paso obligado de la droga. Era algo más.

El 26 de julio de 1986 se terminó el ciclo de la revista Criterios, su número 85 fue el último que salió a la luz pública. En esa edición destaca una extensa entrevista que la compañera María Guadalupe Durán Flores le realizó a don Casiano Campos Aguilar, titulada: “Casiano Campos: símbolo de Rebeldía”. Don Casiano, como bien lo señala Lupita Durán, vivió su vida congruente con sus ideas socialistas. A los 85 años vivía con su esposa en una pequeña y limpia casa de renta.

Por sus actividades políticas, en 1920 lo aprehendieron en Monclova junto con su compañero de andanzas revolucionarias, el profesor Federico Berrueto Ramón. Duraron seis meses encarcelados por apoyar como candidato al Gobierno de Coahuila a otro de sus iguales: Aureliano J. Mijares, quien perdió frente al candidato oficial, el general Arnulfo González. Luego se fue a China a continuar con sus ideales, y allá murió. Don Casiano siempre fue un perseguido por sus ideas y actividades políticas. Fue diputado local y decía que conocía todas las cárceles de Coahuila. Como bien decía la señora Durán: Casiano es de los hombres cuya vida deben conocer las generaciones actuales.

Criterios llegó al final de su corta vida, luego de mi renuncia a la administración de la revista. Los desacuerdos constantes con Luis Horacio Salinas fueron incómodos para mi. Luis Horacio nada entendía de periodismo, y nunca lo entendió. Se molestaba porque criticábamos a sus amigos o socios, pero no podía hacer nada, hasta que se le ocurrió bloquearnos, hablando con quienes teníamos acuerdos publicitarios, para que ya no nos pagaran. Esto fue la gota que derramó el vaso, y para evitar enfrentamientos decidí cortar por lo sano. El Diario de Coahuila aún no se había concretado, y Luis Horacio Salinas acusaba a Adolfo Olmedo y a mi de estar obstaculizando la aparición del Diario. Yo nada tenía que ver con ese proyecto, pues nunca acepté involucrarme, porque conozco demasiado bien a Luis Horacio. Para qué asociarme con alguien que no respeta códigos, principios ni acuerdos.

Terminé mi ciclo con Luis Horacio Salinas de una manera civilizada. No era la primera vez que padecía la traición, pero nunca he sido próclive a empantanarme en peleas pírricas contra los desleales. Mientras que Luis Horacio se movía en la oscuridad de la intriga palaciega, yo me entrevisté con él para entregarle de manera oficial y por escrito los activos que habíamos reunido a través de Criterios y le pagué la renta por el local que habíamos ocupado en Criterios en un edificio de su propiedad. También renuncié al siete por ciento de la sociedad en su empresa periodística, me devolvió mi dinero y santo remedio. Tiempo después me invitó a desayunar, y me dijo algo que me hizo reir: Usted me abandonó, yo había decidido que fuera el primer director de El Diario de Coahuila. Seguramente creyó que estaba hablando con uno de sus iguales. Yo nunca aspiré a ser director de El Diario.

Poco después de mi renuncia, Adolfo Olmedo también se separaría de Luis Horacio. Pese a la amistad que nos une, nunca le pregunté a Olmedo cómo fue su separación, pero me imagino que fue regida por la dignidad, y el conocimiento de la “condición humana” de Luis Horacio. Lo cierto es que el proyecto que Olmedo y yo vislumbrábamos para un nuevo diario en Saltillo, era diametralmente opuesto a lo que es El Diario de Coahuila, que como bien me lo dijo el mismo Luis Horacio hace un par de años que desayunamos y me invitó a colaborar nuevamente a sus medios de comunicación (El Diario y la radiodifusora): “Si acepta mi invitación, no se olvide que mis medios son para proteger mis negocios y hacerlos prósperos”. Pero no me interesé.

Me exilié en mi trabajo universitario: Desde hacía meses era Director de los Cursos de Postgrado en la Facultad de Enfermería de la UAC, en donde formamos una importante cantidad de Licenciadas en Enfermería que requerían estudios superiores para ascender a cargos de dirección: jefas de enfermeras y supervisoras en los hospitales de Coahuila y otros estados vecinos. Desafortunadamente en esos días la UAC atravesaba por una de sus tantas épocas malas. Los luishoracistas (Xicoténcatl Riojas, “El “Gato” Ortíz Cárdenas, “La Pelleja” Reyes, y otros oportunistas) incrementaron la grosera corrupción que Villegas y los villeguistas habían instaurado en la UAC. Con “El Gato” y su pandilla, la Universidad se convirtió en una gran cantina y un espacioso harén con la anuencia del “borrachín” de Palacio, JFR. Luis Horacio por su parte, estaba saqueando la UAC para fundar su periódico. Mientras tanto el pleito entre Luis Horacio y Armando Castilla seguía. Vanguardia no dejaba de criticar diariamente la evidente corrupción e inmoralidad que privaba en la UAC. Ese era el escenario de mi exilio, además con una limitante personal, me había prometido no meterme en la grilla universitaria hasta que clarificara la situación política del momento, pues todo estaba confuso en el estado, debido a la proximidad del destape gubernamental.

Aunque guardé discreción sobre mi separación de Criterios, hubo quien se dio cuenta y me invitó a conocer a Armando Castilla Sánchez. -Él ya sabe que mandaste a la chingada a Luis Horacio y quiere conocerte, me dijo el interlocutor. Acepté por curiosidad, tenía claro que no me involucraría en pleitos ajenos. El encuentro se dio en una comida organizada por el interlocutor. Cuando saludé a Castilla Sánchez inmediatamente rompió el protocolo y a su estilo me dijo: “Entonces tú eres el que se chingó a Villegas, eres bueno para la estrategia militar.Villegas nunca quiso hacer caso”. No contesté, mi conducta fue prudente, seria y respetuosa.

Armando estaba al tanto de mis artículos de El Sol y de Criterios. Al final de una larga y amena charla, Castilla me invitó a sumarme a la plana editorial de Vanguarida. -Tú debes escribir en el más importante periódico de Coahuila, argumentó. Le agradecí su invitación, le dije que no era el momento de incorporarme, antes debo clarificar mi situación periodística. -Quiero continuar en el periodismo, por eso no quiero tomar decisiones apresuradas. Castilla estuvo de acuerdo, respetó mi opinión y me dijo que las puertas de Vanguardia estaban abiertas para cuando quisiera integrarme a su periódico. Me invitó a que lo visitara cuantas veces quisiera. Me dio la mano al despedirse, y desde entonces y hasta su muerte mantuve con Armando Castilla Sánchez una respetuosa relación profesional.

Me metí de lleno a mi trabajo, me aislé de la grilla universitaria y extrauniversitaria. En uno de estos meses de retiro político, la directora de la Facultad de Enfermería, Norma Amelia Flores Hernández, me pidió que le ayudara a organizar un ciclo de conferencias con motivo de la semana cultural de dicha escuela. A ese ciclo de conferencias asistieron, entre otros connotados personajes, Óscar Flores Tapia, el sacerdote Antonio Usabiaga Guevara y el comerciante Aldegundo Garza de León. El auditorio de la Facultad estuvo lleno a reventar en los cinco días que duró el evento. La Facultad de Enfermería se vistió de gala con los conferencistas y en sus muros resonaron las ideas universales, vertidas por estos conocidos saltillenses.

El éxito que obtuvimos me trajo repercuciones, porque “El Gato” y su pandilla de luishoracistas comenzaron a ver moros con tranchete. Creyeron que estaba organizando una conspiración, para sacarlos de la UAC. Pensaron que me había aliado con el Coordinador de la Unidad Torreón, Jesús Sotomayor Garza, para iniciar un movimiento en su contra. Nada de esto tenía fundamento, pero lo creían porque no invitamos al Rector ni a los funcionarios de la UAC al ciclo de conferencias, y no los invitamos porque no queríamos que contaminaran el ambiente con su presencia, ni convirtieran los eventos culturales en políticos. En Palacio de Gobierno y en los círculos políticos la intriga apareció. A los delasfuentistas y a los mendocistas no les había gustado que Flores Tapia reapareciera como conferencista, menos en la UAC, no querían que reviviera, porque podía comenzar a reestructurar su liderazgo. Seguramente tampoco le gustó a Luis Horacio Salinas la aparición de OFT, porque no quería que su ex patrón eclipsara su figura, ya le había gustado la rentabilidad de ser “el principal florestapista” sin Flores Tapia. “La condición humana” en toda su magnitud.

Con estos circunstancias, en octubre me reuní con Adolfo Olmedo. Analizamos la situación, la política en el estado estaba en plena efervecencia, y los grupos políticos seguían enfrentados. De esa plática nació el proyecto de editar “La Revista”, cuyo primer número vio la luz el 15 de noviembre de 1986, día en que José de las Fuentes rendía su Quinto y penúltimo Informe de Gobierno. En el indicador de “La Revista” aparecían como colaboradores algunos de nuestros compañeros de Criterios, además de los conferencistas que habían participado en la semana cultural de Enfermería.

La línea editorial era clara: haríamos periodismo objetivo y crítico, analizaríamos la realidad sin consideraciones especiales para el gobernador, el Rector y el Alcalde saltillense. Sin embargo, nunca provocamos el enfrentamiento, y aún así no éramos bien vistos, porque decíamos lo que otros callaban. Olmedo tenía una frase para este periodismo: “En México todo se puede decir, nada más hay que buscar la forma de decirlo”.

Un mes antes de nacer “La Revista”, “El Gato” Ortíz Cárdenas había dado su Primer Informe de Actividades enmedio de severas críticas a la corrupción universitaria. Vanguardia no cesaba en denunciar a la banda de ladrones universitarios. Mientras tanto el pleito de “El Gato” y su pandilla contra el Coordinador de la Unidad Torreón, Jesús Sotomayor Garza seguía su curso. Sotomayor había cuestionado el porrismo instaurado por Villegas, y ahora desde Rectoría lo acusaban de proteger el porrismo universitario.

Jesús Sotomayor decidió renunciar a la coordinación universitaria en noviembre, obligado por una protesta de los propietarios de gasolineras que se quejaban de los constantes asaltos que le hacían los porros universitarios a sus negocios. La prensa pagada por “El Gato” le dio vuelo a estos ilícitos, de los cuales responsabilizaron a Sotomayor, quien según se decía era apoyado por el repudiado “SuperSubSecretario” Rodrigo Sarmiento Valtier, quien ya para entonces estaba enfrentado a Luis Horacio Salinas, “porque ‘La Rata del Desierto’ traicionó al gobernador con el saqueo a la UAC”. Tal y como me lo dijo hace unos meses en un restaurante de la localidad. Lo cierto, es que Sarmiento soñaba en convertirse Rector de la UAC, en sustitución de “El Gato” Ortíz Cárdenas. Pleitos de familias.

Por otra parte, Sarmiento comenzaba a cosechar lo que había sembrado durante el sexenio de JFR. Otro de sus múltiples pleitos era el que sostenía con el entonces dirigente del PST, Francisco Navarro Montenegro. A finales de noviembre corrió el rumor de que el PAN lanzaría como candidato al gobierno de Coahuila a su líder nacional, Pablo Emilio Madero. Atendiendo a las circunstancias del momento, Armando Castilla Sánchez y Rodrigo Sarmiento Valtier mantenían una clara alianza, pero ninguno confiaba en el otro. Todos sabían que el director intelectual de todos los pleitos era “El Amarranavajas” del gobernador, quien a través de Sarmiento promovía los pleitos para distraer a los coahuilenses de su voraz corrupción.

En “La Revista” Rodrigo Sarmiento Valtier se convirtió en mi tiro al blanco favorito, siempre se ponía de modo. Sarmiento era el que controlaba los medios de comunicación, y los usaba para hacer los trabajos sucios que tanto le gustaba hacer. Era patológica su actitud de joder a los demás. Dos días antes de la navidad de 1986, “El Cabal” Carlos de la Peña Ramos rendía su II Informe al frente de la Alcaldía de Saltillo. Nada había hecho por eso nada tuvo que decir, de ahí que la frase que destacó en su Informe fue anodina y críptica: “La constancia y el esfuerzo son tareas predominantes”. (?) .

(Continuará).
El último año del gobierno de José de las Fuentes...